“Gringo viejo”, de Carlos Fuentes

“Ella se sienta sola y recuerda”. Así comienza esta novela.

Tres personajes que confluyen en un espacio-tiempo con el telón de fondo de la revolución mexicana (la relación entre el destino personal y la circunstancia histórica).

El gringo viejo, alter ego del escritor Ambrose Bierce, que desapareció en México en el año 1914 y nunca más se supo de él. Fue a México a morirse “porque todo lo que amó se murió antes que él”. Y también le llevó allí el sentimiento de culpa por la participación de su padre en la invasión de 1847 y la ocupación de la ciudad de México. “Matamos a nuestros pieles rojas y nunca tuvimos el valor de fornicar con las mujeres indias y tener por lo menos una nación de mitad y mitad. Estamos capturados en este negocio de matar eternamente a la gente con otro color de piel”.

“He venido a morir. Denme ustedes el tiro de gracia”.

Paradójicamente, desde que el gringo entró en México sus sentidos habían despertado, se sentía joven de nuevo, México “le había dado la compensación de una vida: la vida de los sentidos despertada de su letargo por la cercanía de la muerte, la dignidad de la naturaleza como la última alegría de la vida”.

Conocer a la señorita Harriet “había sido la respuesta final al loco sueño del artista con la conciencia dividida”.

El gringo veía a Tomás Arroyo y a Harriet como “un hijo y una hija, ambos nacidos del semen de la imaginación que se llama poesía y amor”.

Tomás Arroyo, peón de la hacienda de los Miranda, Tomás Miranda Arroyo, el hijo bastardo de los cuartos de servicio, el mestizo “hijo de la parranda, hijo del azar y la desgracia”.

Tomás Arroyo simboliza a todo un pueblo maltratado por los yanquis y aún más por los caciques. Tomás Arroyo quería cambiar su mundo, cambiar la historia de su pueblo: “esclavos o cuatreros, nunca hombres libres, y sin embargo dueños de un derecho que les permitía ser libres: la rebelión”.

“Arroyo era opaco, su opacidad era su virtud (se dijo el viejo). ”La mitad del mundo era transparente, la otra mitad opaca”.

Harriet Winslow, de Washington D.C. “una muchacha independiente pero no rica ni acomodada, transparente” (en palabras del gringo). “Hay gente cuya objetividad es generosa porque es transparente, todo se puede leer, tomar, entender en ellas: gente que porta su propio sol para iluminarse”.

Decidió ir a México porque veía en el espejo que su rostro estaba contando una historia que a ella no le agradaba. Su deseo: “que mi madre refleje la brillante luz de mi infancia, que la hija deje de reflejar la sombra entristecida de la madre”.

Harriet tuvo la oportunidad de salvar a una niña de morir por asfixia, la hija de La Garduña. Harriet: “No fue un milagro, pero seguramente estaba predestinado. Quizá sólo para esto vine a México”.

Harriet “se debía a un joven revolucionario que ofrecía vida y a un viejo escritor norteamericano que buscaba muerte: ellos le dieron existencia suficiente a su cuerpo para vivir los años por venir…”.

Los tres personajes principales se sienten huérfanos de padre; según Carlos Fuentes México siempre se ha sentido huérfano de padre; la madre es la Virgen de Guadalupe.

El gringo murió dos veces. Había ido a México a que lo mataran porque él no tenía el valor de matarse a sí mismo. Pero ¿a qué llamamos morirse? “Lo que tú llamas morirse es simplemente el último dolor” (Ambrose Bierce). La vida y la muerte tan intrínsecamente unidas. También Tomás Arroyo murió dos veces. “Mas ¿quién conoce el destino de sus huesos, o cuántas veces va a ser enterrado?” (Thomas Browne).

La luna (la mujer con cara de luna) simboliza a muchas mujeres indias, casadas de niñas y condenadas a vivir un matrimonio sin amor o violadas por sus patronos, como la madre de Tomás Arroyo.

“México, la guerra, la memoria, la carne misma, les habían dado más tiempo del que les toca a la mayoría de los hombres y mujeres”.

Esther.

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