Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras - Diego de Torres Villarroel

Hago mía la frase de Soraya sobre la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros sobre todo lo que acontece. Y ya que a mi juicio la figura de don Diego de Torres Villarroel es digna de rescatarse del olvido, quiero compartir unas notas que a mí me sirven de recordatorio del libro y por si a alguien más le pueden interesar.

Antes que todo estamos ante un hombre singular, vital, curioso, observador, inteligente, alegre, amigable, justo, generoso, valiente, piadoso, compasivo, caritativo, honrado, independiente y libre. Aunque, según sus propias palabras tiene “todos los buenos y malos afectos y loables y reprehensibles ejercicios que se pueden encontrar en todos los hombres juntos y separados”.

Don Diego de Torres Villarroel nace en Salamanca en 1694 y muere en 1770 en el salmantino palacio de Monterrey, donde vivía bajo la protección del duque de Alba. Pero hasta 1774 la Universidad de Salamanca no celebra exequias fúnebres en su honor.

Comienza el libro que nos ocupa con una carta a la duquesa de Alba en 1743 dedicándole su obra.

El prólogo al lector, entre bromas y veras, anticipa la forma desenfadada con que pretende ganarse al lector.

En la Introducción da su opinión sobre los que escriben las biografías de otros: “…es peligroso meterse en vidas ajenas y es difícil describirlas sin lastimarlas”. Su escepticismo sobre el ser humano queda patente: “desde muy niño conocí que de las gentes no se puede pretender ni esperar más justicia ni más misericordia que la que no le haga falta a su amor propio”. También explica los dos motivos que tiene para airear su vida: el primero el temor a lo que puedan decir de él sin conocimiento; además, si su vida ha de valer dinero, más vale que lo tome él y no otro. Segundo: dejar por escrito suficiente material para que el predicador que tenga que hablar en su funeral pueda elaborar las honras fúnebres.

Ascendencia: Todos sus parientes “fueron hombres de bien y se ganaron la vida con oficios decentes, limpios de hurtos…”

Nacimiento, crianza y escuela de don Diego de Torres. Primer trozo de “su vulgarísima historia” hasta los diez años de su vida.

“Muchos libros hay buenos, muchos malos e infinitos inútiles. Los buenos son los que dirigen las almas a la salvación por medio de los efectos de enfrenar nuestros vicios y pasiones; los malos son los que se llevan el tiempo sin la enseñanza ni los avisos de esta utilidad; y los inútiles son los más de todas las que se llaman facultades.

En el trozo segundo (desde los diez a los veinte años) elogia a su maestro Don Juan González de Dios. Alaba el estudio de los poetas Horacio, Virgilio, Ovidio…

En su aventura en Portugal conoció a un santero, un ermitaño apacible, gracioso y estimado por todos. Este encuentro significó mucho en su vida.

En Coimbra don Diego de Torres fue un médico empírico, teniendo la delicadeza de no tratar a los enfermos graves.

En el trozo tercero (de los 20 a los 30 años) se describe físicamente y da más datos sobre su personalidad: “…soy humilde y afectuoso con los superiores, agradable y entretenido con los inferiores y un poco libre y desvergonzado con los iguales”.

“La valentía del corazón, la quietud del espíritu y la serenidad de ánimo que gozo muchos años ha, es la única parte que se le puede envidiar a mi naturaleza, mi genio o mi crianza”.

De vuelta a Salamanca, en casa de sus padres leía Filosofía, Ciencias naturales (Crisopeya, Mágica…) y Matemáticas, en definitiva “libros que viven enteramente desconocidos o que están por su extravagancia despreciados”. La Astrología y la Astronomía también eran disciplinas elegidas, lo que le permitió escribir sus almanaques y pronósticos, un género desprestigiado que se prohibió en España en 1767. Pero antes pronosticó la muerte de Luis I (hijo de Felipe V) en 1723-1724. Esta profecía le trajo calumnias, en especial por parte del médico Martín Martínez con su “Juicio final de la Astrología”, a la que de Torres respondió con las “Conclusiones a Martín”. Hubo un duelo verbal. Y como vimos en “El Siglo de las Luces” pronosticó la Revolución Francesa, errando en un año.

El cuarto trozo de la vida de don Diego (entre los 30 y 40 años)

Le nombraron “El gran Piscator de Salamanca” aun cuando quería esconder el título de astrólogo. Eligió optar a la cátedra de Matemáticas con el tema “el movimiento de Venus en el zodiaco”. Este fue “el lance más digno y más honrado de mi vida”. Fue aclamado por miles de personas tras la exposición y llevado en volandas hasta su casa. Cinco años después recibió el grado de doctor en 1732, acontecimiento que se celebraba por todo lo alto.

En este período de su vida, por un suceso que ocurrió entre un clérigo y un amigo de don Diego, don Juan de Salazar, nuestro protagonista sufrió destierro a Portugal. Tres años duró la privación de libertad y dos enfermedades que a punto le llevaron al sepulcro. Él mismo fue su doctor y su cirujano. Cuando sanó, cumplió con sus votos y marchó de peregrino a Santiago junto con un amigo, viaje que duró cinco meses “el más feliz, el más venturoso y acomodado que he tenido en mi vida”.

En el quinto trozo que abarca de 40 a 50 años de edad es asunto destacado que en 1743 el Santo Tribunal condenó su libro “Vida natural y católica”, al parecer por su mala relación con los jesuitas. En 1745 rezó su primera misa como sacerdote. Enfermó y después de que le trataran los médicos de múltiples e ineficaces maneras diferentes, le asistieron dos exorcistas pero el mal seguía y poco antes de perder el conocimiento le confesaron; se libró de la muerte él mismo sin ninguna medicina, tal y como lo dejó ordenado y tras un año se restableció por completo.

En 1752 solicita su jubilación tras veinticuatro años como catedrático.

El sexto y último trozo de su vida refiere don Diego el mal trato recibido de la Universidad de Salamanca, a la que acusa de envidia. Ni siquiera sus libros los colocaban en sus Bibliotecas. En el último tramo de su vida, como administrador de la duquesa de Alba tiene la oportunidad de elegir y comprar los libros de filosofía, matemáticas y el encargo de escribir la historia de la biblioteca “que padece la misma ignorancia y silencio que la de la institución de la Universidad después de quinientos años de fundada”.

Suplicó a la Universidad que declarase por vacante su cátedra, puesto que iba a jubilarse. Los conocimientos matemáticos que se requerían para opositar a dicha cátedra eran mínimos (no se hablaba de Newton, Copérnico, etc.) como si el mundo se hubiera detenido para la ciencia española en la Edad Media. Un sobrino del propio don Diego acudió a la oposición junto con dos personas más y dirigiéndose al claustro en una carta les ruega imparcialidad, ningún trato de favor. Recuerda en este último trozo de su vida que cuando él entró en la cátedra no fue examinado porque no había quien estuviese instruido y porque entre la mayoría de los profesores las tablas y las figuras pasaban por brujería y cabalismo.

Esther.

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