La semana pasada tuvo lugar la Feria del Libro de Fuenlabrada y, en
ella, las Bibliotecas Municipales de allí convocaban un concurso de
relatos, del cual me enteré gracias a Esther, con el tema libre pero
siendo sus personajes las propias Bibliotecas o las personas que
trabajan, visitan o leen en ellas. Con un máximo de cuatro folios a
doble espacio me costó obligar al relato ideado a justarse a ese espacio
límite. No fue premiado, el relato, pero estuve en la entrega de
premios y, como buen competidor, aplaudí a los ganadores. Ayer, tras el
Té Literario dedicado a Moby Dick, surgió el tema y se me solicitó que
lo pusiera a vuestra disposición para poder leerlo. Aquí lo tenéis,
recordad que lo pedísteis. (Echo de menos alguna vez los emoticonos del
wassap, Hubiera puesto aquí un guiño con la lengua fuera).
Martínez
y yo estamos cuadrados ante el teniente que nos explica la misión
para la que debemos salir inmediatamente:
-
El Equipo Técnico 317 ha informado de movimientos sospechosos en la
zona en la que trabajan. No reportan nada concreto, solo sospechas,
pero piden refuerzos operativos. Temen ser sorprendidos por el F451 y
que su labor se convierta en cenizas. Ustedes irán allí, tomarán
posiciones defensivas y actuarán en consecuencia. Tienen las
coordenadas en sus órdenes verificadas. No necesito recordarles que
la prioridad es el material que el ET317 haya podido salvar y
clasificar, ¿alguna pregunta?.
-
No, mi teniente.
Taconazo,
media vuelta y salimos del despacho; tras pertrecharnos rápidamente,
nos dirigimos a la pista de despegue. Por el camino noto que Martínez
me mira a menudo.
-
Ahora no, Martínez, luego.
Como
siempre que tengo que subir al motofly noto la sensación de
extrañeza que me recorre. Una especie de cilindro que se mantiene
horizontal respecto al suelo, con dos asientos seguidos en el centro
y dos barras transversales en los extremos, de los que nacen los
rotores, cuatro en total, que son los artífices de que este aparato
despegue, vuele, aterrice y se mantenga en el aire sin un ruido que
lo delate salvo el tenue zumbido de las hélices. Delante del primer
asiento está situado el panel de control y la palanca de movimiento.
Afortunadamente, su control es muy fácil y ya me considero un
experto en el manejo de este artilugio.
Ya
en vuelo, comunicaciones en silencio, Martínez no puede más:
-
Sargento, ¿cree que es posible que haya contacto con el enemigo? No
sé si estoy muy verde aún.
-
Tranquilo Martínez, simplemente haz lo que sabes hacer, deja la
mente en blanco, el cuerpo actuará automáticamente siguiendo las
órdenes que tenga que darte. Estás preparado, calma.
-
De acuerdo, sargento. Pero siempre hay alguna duda con el fuego, es
intimidador, horrible.
-
Por supuesto, eres humano y
es normal tener miedo,
pero domínate, solo piensa en actuar, moverte rápido y atento. Ya
llegamos. Las coordenadas 40°17'33"N
3°47'29"W
corresponden a la antigua ciudad
de Fuenlabrada y más concretamente a una sala de exposiciones,
teatro y biblioteca
que se llamó algo así como Ceart. No hay más datos en las órdenes.
Ahí
está trabajando el ET317. ¿Algún movimiento observado, Martínez?
-
Nada, sargento. El espectrógrafo de
masas refleja solo
a nuestros compañeros. Están en la planta baja. El edificio
presenta bastantes daños estructurales, alguna bomba debió caer muy
cerca. Nivel de radiación es el normal; es decir, muy alto.
-
Bien, llevamos los destiltrajes puestos, así que
no hay problema por ese
lado. Bajemos y echemos un vistazo.
Una
media hora más tarde, tras la inspección por la zona, saludábamos
cordialmente a los compañeros técnicos.
-
Bienvenidos, sargento. Un placer y una tranquilidad tenerles por
aquí.
-¿Alguna
novedad acerca de los movimientos sospechosos que reportaron?
-
No, lo siento si ha sido falsa alarma, pero estamos muy nerviosos,
hemos encontrado material realmente importante que ya hemos
clasificado. Y abundante, además, una verdadera suerte.
-
¿Suerte, y eso?
-
Ya han visto que el edificio está semiderruido pero hemos encontrado
dos zonas casi intactas, una de ellas llena de libros técnicos de
electricidad, informática, ingeniería, etc
y otra ala dedicada a la
novela con las estantería prácticamente incólumes
de autores desde la G hasta la N.
Al parecer, estas
últimas estaban en el
primer piso pegadas a la pared y ahí se quedaron al derrumbarse toda
la planta, hemos tenido que acceder por el hueco del ascensor y una
estrecha cornisa que ha quedado sin
caer. ¡Un
verdadero tesoro! En la central ya nos esperan con ansias para verlo
con sus propios ojos.
-
¡Perfecto!, pues si les parece bien deberíamos empezar el traslado.
-
Por supuesto, sargento, estamos ultimando el empaquetado y solo queda
llevar a la nave almacén estos últimos paquetes, el resto ya está
allí.
En
ese momento recibí la llamada de Martínez por la emisora.
-
Sargento, se acercan por el norte varios grupos de personas, por el
despliegue parecen tomar posiciones ofensivas, sugiero salir de ahí.
-
Voy. Si sobrepasan el perímetro abra fuego. Reténgales como sea,
los técnicos aún necesitan unos minutos para terminar la carga.
-
Entendido, a sus órdenes, mi sargento.
Mientras
me desplazaba lo más rápido posible, ya resonaron los primeros
disparos. Martínez se había hecho fuerte en lo alto del tejado
medio hundido del edificio y desde esa posición mantenía a raya a
los comandos del F451. Conforme me acercaba pude ver cómo intentaban
rodear a Martínez por el lateral, pero parapetándome tras los
restos de lo que parecía haber sido algún tipo de estatua, disparé
haciendo desistir a los enemigos de su ataque, aunque no sin que
antes dirigieran sus potentes lanzallamas contra el edificio del que
empezaron a salir grandes humaredas.
Minutos
más tarde, el enemigo ya en retirada, el material cargado y a salvo,
Martínez y yo nos encaminamos hacia la motofly, haciendo un último
reconocimiento de la zona. Parecía que todo estaba en calma tras la
huida de los atacantes.
Las
llamas y el humo aún se alimentaban del material existente en el
edificio y que no habíamos podido salvar por estar en zona
derrumbada e inaccesible. López, el técnico, me decía que ellos
siempre se iban de las bibliotecas con la sensación de que era más
lo que se perdía de lo que se conseguía salvar. A las nefastas
consecuencias de las guerras con bombas sucias se unían los
terroristas del F451 cuya única misión en la vida parecía ser
quemar todo el conocimiento y volver a la edad de piedra para, según
ellos, propiciar un
nuevo inicio de una hueva humanidad.
-
Eso es malo, es el Mal, y por eso luchamos contra ellos, se le escapó
a Martínez.
-
Ya no me acuerdo de lo que pensaba cuando yo era soldado. En la
guerra y con tiempo,
aprendes a pensar para sobrevivir
y hay mucho tiempo para
reflexionar; hoy no sé si
el F451 son
el Mal y no sé si nosotros somos los buenos. Nadie
sabe dónde está la Verdad. Lo locura humana nos ha llevado a una
guerra absurda con ciudades arrasadas con bombas sucias, matan pero
no destruyen demasiado, un
mundo arrasado por la contaminación y con escasos sitios limpios
donde vivir, un planeta en el que agua potable es ahora el patrón
moneda de intercambio hasta tal punto que cualquier gota de líquido
que nuestros cuerpos exudan lo recogen nuestros trajes para
reciclarlo en agua... y
los supervivientes, ¿qué hacemos? Seguimos luchando entre nosotros,
unos para salvar lo que se pueda del conocimiento humano y poder
seguir la civilización, otros dicen que esto ha fallado y hay que
intentar algo nuevo y quieren quemar todo con sus lanzallamas…
Quizá sea la eterna e
inevitable lucha,
y quiero creer que estoy
en el bando del Bien. No sé si se me entiende, es todo un absurdo...
-
Sí, mi sargento, creo que entiendo, quizá la lucha sea por
sobrevivir.
Al
elevarnos camino del cuartel general, sonó un disparo y, detrás
mío, Martínez lanzó un grito de dolor y sorpresa.
-
¿Estás bien, soldado? ¿Te han dado?, pregunté mientras dando
velocidad a los rotores y moviendo la motofly en zigzag intentaba
esquivar posibles disparos ulteriores.
-
No se preocupe, sargento, aguantaré pero lléveme rápido a casa.
Creo
que nunca he llevado la motofly a sus límites como en esos momentos;
al tomar tierra, sin casi tiempo para parar los rotores, ya estaba
girado ayudando a los camilleros a trasladar a Martínez.
Sus
ojos eran negros, todo dolor, un poco de sangre en la comisura de sus
labios no impidió que se le oyese con claridad:
-
¿Entonces somos los buenos, sargento?, preguntó, mientras su cuerpo
se arqueaba en un gesto de dolor. Sus ojos eran un pozo negro de
angustia.
-
Sí, compañero. Hoy has salvado a Goethe y su “Fausto”, a
Melville y su “Moby Dick” y a muchos otros. Ten por seguro que
hoy luchaste con los buenos.
Sus
ojos aún miraban el vacío cuando le bajé los párpados.
-
¡Ay, Martínez! ¡Ay, humanidad!
José Luis.
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