¿Qué tipo de agua soy? - Adela
Nunca se me ocurrió pensar que el agua vive en mí y yo en ella y que tiene mil maneras de poseerme.
Puede que lo supiera y no ser consciente de ello. El caso es que la observaba de otro modo.
Sin embargo hoy, se me ha ofrecido tan distinta, que he
comenzado a verla con otra mirada y me ha hecho pensar de forma
diferente.
He observado que cada forma del agua produce en mí
sentimientos contradictorios. Me llevan del miedo o la angustia a la
tristeza o la calma, de la plenitud al éxtasis o viceversa.
Tantos y tantos sentimientos como formas pueda tener el agua .
Por ejemplo: nunca me gustaron los pozos, ni aún cuando la
luna se reflejara en ellos. Tampoco los estanques donde sus aguas
quietas se oscurecen de limo.
El mar sí. Ese mar que contemplo extasiada desde la orilla mientras el sol se va yendo. Pero no su negrura.
Los lagos de increíble belleza que me regalan duplicado su
paisaje, pero al mismo tiempo me sobrecoge su profundidad.
La nieve, engalanando abetos cuando llega diciembre. Pero el granizo no, ni el agua desbordada en su locura.
Mil maneras de verla y de sentirla.
Pienso que el agua se comporta parecida a nosotros, a veces destructora, a veces benéfica.
Somos agua y como el agua pasamos de la tempestad a la calma.
Por eso, si me pongo a pensar qué tipo de agua soy o qué
tipo de agua he sido, creo que siempre fui arroyo y que aún sigo
siéndolo.
Es cierto que he pasado por estanques y pozos, por granizo y
por lagos, pero estoy convencida de que he vuelto a ser arroyo.
Es la forma del agua que más me atrae porque se desliza
suave entre cantos rodados, sonora y transparente. Te habla, murmullea
entre los juncos y su fluir constante es bálsamo para el alma.
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