El Club de los Confines de ayer 4/4/2020 - Esther

Hoy voy a comentar mis impresiones sobre el cuento “La buena gente del campo” de Flannery O´Connor, escritora estadounidense nacida en 1925 y para mí un nuevo descubrimiento.

La sensación que tuve al terminar el cuento fue de espanto y de malestar, en especial hacia la figura del vendedor de biblias, cuyo nombre resulta ser falso.

Me ha gustado la forma de escribir de la autora, nos presenta a los personajes con una aguda crudeza, son personajes antipáticos, llenos de defectos y maldad genuina, desprovistos de ternura, compasión o humanidad.

La señora Freeman es un ser repulsivo, que me ha llevado a recordar en especial a una mujer que conocí en mi infancia, en un pueblo de Ávila donde íbamos en verano mi familia y yo, personas que disfrutan haciendo comentarios maliciosos y se regodean con la desgracia ajena, pareciera que carecen de alma; es ese tipo de persona que se cree muy lista, que lo sabe todo y nadie puede enseñarle nada…

La señora Hopewel, no se queda atrás en cuanto a sus sentimientos acerca de su hija y a sus conversaciones triviales y sin sustancia, a su manipulación. Es incapaz de demostrarle amor a Joy, de respetar sus conocimientos, de tratar de entenderla.

Joy, la hija de la señora Hopewel, una mujer instruída, doctora en filosofía, parece despreciar a las dos mujeres, cree que no tiene nada en común con ellas, su gesto es hosco y desagradable, igual que su actitud. Su madre la trata como una niña y como una discapacitada. En un acto de rebeldía y reafirmación se cambia el nombre a los 21 años por el de Hulga, pero su madre nunca lo utiliza.

Joy tiene una enfermedad de corazón y esa es la razón por la que sigue en la casa, de lo contrario estaría dando clases en una universidad “a personas que sabrían de qué hablaba”. (Eso es lo que se decía a sí misma; se cree por encima de todos, considera estúpidos a los jóvenes, no le gusta la naturaleza). En una ocasión le soltó a su madre: “¿Miras alguna vez en tu interior?”

Joy tolera a los Freeman porque les son útiles, ya que así la atención de su madre no se centra en ella únicamente. La señora Freeman es la única que la llama Hulga cuando ambas están solas, y lo hace a modo de insulto pues se nota el placer que le causa utilizarlo. A la señora Freeman le fascina su pierna artificial, así como todos los temas truculentos que pudieran acontecer a cualquier criatura.

Cuando aparece el vendedor de biblias, con su papel bien aprendido, como si fuese un buen cristiano, como si fuese gente buena del campo y diciéndole que tiene una enfermedad cardiaca (igual que Joy, lo que me hace pensar que la señora Freeman tiene algo que ver en todo este asunto, le ha contado al chico todo lo que sabe de ella), la señora Hopewell deja que el chico entre en sus vidas y Joy se interesa por él, quizás es la única persona que se interesa por ella, que le dice cosas agradables, queda seducida y piensa en seducirle y cae en la trampa. Le quita las gafas primero y se las guarda y se rinde a él por completo “Fue como perder su propia vida y encontrarla de nuevo, de manera milagrosa, en la de él”.

La verdad es que lo que pasa entre el chico y Joy no es nada previsible, es como una bofetada hacia el lector cuando dice “muéstrame la juntura de la pierna de palo”. Joy, a pesar de sus varios títulos universitarios cree tener frente a sí la verdadera inocencia, en realidad no parece saber nada de la vida ni de la gente, aunque ese vendedor de biblias interpreta tan bien su papel, es tan malvado que quizás cualquier muchacha hubiera picado igualmente.

Desde el título hasta los nombres de los personajes son pura ironía con dosis de humor negro. Las comparaciones que establece entre los atributos humanos con objetos es destacable, como apuntó ayer Soraya.

La señora Hopewell varias veces hace referencia a que “la buena gente del campo son la sal de la tierra”. Nos preguntamos qué quiere decir con ello. A mí me lleva a pensar que igual que la sal previene la corrupción (conservar los alimentos en sal era absolutamente necesario antiguamente, ya que no había refrigeración), la buena gente del campo preserva las virtudes del cristianismo, sus valores (por supuesto un cristianismo que no es tal, donde lo que subyace es la hipocresía).

Esther.

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