El Club de los Confines de ayer miércoles 1/4/2020 - Esther

Ayer miércoles, 1 de abril de 2020 en el “club de los confines” en Instagram, se ha comentado el cuento/relato “Bartleby, el escribiente” del gran Herman Melville, escrito en 1856.

Este maravilloso e inolvidable relato lo leí hace unos años en otro Club de lectura y la verdad es que me impresionó bastante, me pareció tan fascinante que en cuanto pude me compré el libro, yo que apenas compro libros desde hace años, sólo tengo clásicos y algunos muy escogidos.

Pues en esta segunda lectura, debo decir que aún me ha gustado más, además de las dosis de humor y de fina ironía, está lleno de ternura y voy a escribir sobre mis impresiones:

El relato contiene una de las expresiones más famosas de la literatura “Preferiría no hacerlo”, frase que utiliza Bartleby para negarse a algo y que contagia a todos los que tienen que tratar con él, se va infiltrando en el lenguaje. El mismo papel juega otra expresión que aparece casi al final del texto: “pero no soy exigente”. Ambas frases podrían hacer pensar que Bartleby deja una puerta abierta a la esperanza, pero en realidad son expresiones que denotan huida del ser, una huida continua de la acción y de la voluntad. Su pasividad es completa, es incapaz de actuar; en mi opinión se trata de una resistencia pasiva, pero no es una afrenta a la autoridad, es más bien un abandonarse. Lo que consigue, sin proponérselo, es que los demás se sientan obligados a tomar una decisión moral, agita las conciencias de los demás, incluso la nuestra como lectores porque nos vemos obligados a preguntarnos ¿qué haría yo en la piel del juez?

Independientemente de la interpretación que cada uno hagamos de Bartleby, el narrador al final menciona que se rumoreaba que Bartleby fue un empleado en la oficina de Cartas Muertas en Washington, empleo del que fue despedido por cambios en la Administración. Y el propio narrador intenta encontrar una explicación lógica a la conducta del escribiente: “Pensad en un hombre destinado por naturaleza a la desgracia y a la desesperanza…”

A mi modo de ver, a pesar de que Bartleby es un especímen raro y digno de estudio, y que el autor lo hace muy creíble, para mí el verdadero protagonista es el juez auxiliar, del que conocemos que es un hombre sin ambiciones, prudente, tranquilo, poco o nada vanidoso, sensible, afable, de corazón bondadoso y muy indulgente.


El autor describe magistralmente las distintas emociones por las que el juez pasa y que son las que, yo como lectora, siento como propias: desconcierto, conmoción, perplejidad… pero básicamente compasión, aunque a veces se exasperaba, ante la mansedumbre de Bartleby, se sentía débil de espíritu, se apoderaba de él una abrumadora melancolía fraternal…

El juez llegó al convencimiento de que Bartleby era víctima de un desorden mental innato e incurable. Pero a la vez sabía que Bartleby se había convertido en una carga para él, aunque le tenía lástima y le desasosegaba. A veces su vanidad se imponía a su lástima, a veces un resentimiento nervioso se apoderaba de él, pero lo dominaba al recordar “os doy un nuevo mandamiento: amaos los unos a los otros”.

Llega a pensar que sus problemas con Bartleby forman parte de la predestinación, que el escribiente le había sido impuesto para algún propósito misterioso y se convence de que su misión en este mundo es proporcionar a Bartleby una oficina por el tiempo que hiciese falta. Sin embargo, los comentarios maliciosos de los demás y las explicaciones que le pedían sus clientes hicieron tambalear estos elevados sentimientos, dándose cuenta de lo que pasaría con su reputación, y en lo que pasaría si él muriese antes que Bartleby. Así pues, el juez decide que “yo seré quien lo deje a él”. “O usted hace algo, o los demás hacen algo con usted”.

El juez tiene un grave dilema moral, sabe que la razón está de su parte, la sociedad está de su lado, las leyes también, se puede deshacer de Bartleby con cajas destempladas como haría la mayoría, pero la compasión infinita que siente ante ese pobre hombre le hace sentirse responsable de su suerte, hasta el punto de que le ofrece irse a vivir con él ¿quién haría algo así? Y una vez que Bartleby es llevado a prisión, se sigue sintiendo responsable de él. El juez es ante todo una persona bondadosa.

Esto me lleva al cuento de Tolstoi de “Tres preguntas”.

En cuanto a la frase final ¡Oh, Bartleby! ¡Oh, humanidad! Me inclino a pensar que es una frase de Herman Melville.

Esther.

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