“Los autonautas de la cosmopista” Un Viaje atemporal París-Marsella

En el té literario de ayer, comentamos el libro ¿de viajes? Sí, pero no sólo; su amigo poeta Paul Blackburn le enseñó que los viajes tenían que ser poemas.

Escrito entre los escritores Julio Cortázar y Carol Dunlop, unidos por el amor y el arte.

Ya desde la “dedicatoria” se presiente el tono de desenfado del libro, al menos a mí me ha pasado. En los agradecimientos no se me pasó por alto el que dedica a quien se ocupó de su gata en su ausencia. Y los “prolegómenos” son de interés, pues informan de cómo germinó la idea de hacer esta expedición, y cómo tuvieron que esperar hasta cuatro años para poder ponerla en práctica.

Establecidas las reglas del juego la expedición comenzó el 23 de mayo de 1982.

Deciden escribir un libro sobre su viaje y también escribir un libro paralelo, así como buscar la autopista del sol y una autopista paralela “…hemos comprendido hasta qué punto la verdadera autopista no es aquélla, sino la paralela que sospechábamos desde hace años y que por fin vivimos…”

Julio se define como un “homo ludens”, niño siempre y agradecido por no haber cambiado apenas con los años. “Todo explorador no ha perdido al niño que lleva dentro”. Y la tentación de romper las reglas, incluso las propias.

Sin citar a los autores explícitamente, Julio Cortázar recoge algunos versos de Fray Luis de León “Qué descansada vida…”; Juan Ramón Jiménez “La soledad sonora”; Muhsin Al-Ramli “si el habla es de plata, el silencio es de oro”.

Apenas el tercer día de viaje tienen la impresión de estar muy lejos de París; el quinto día de expedición llevan una vida “con naturalidad” pero no con sensación de monotonía. Cada mañana “nos sentimos vivir con esa intensidad que sólo puede dar el hecho de no estar haciendo nada, sensación cada día más ignorada en la vida corriente, y cuyas consecuencias los entendidos envasan en una breve, pero ominosa palabra: “stress”.

También aluden a la calidad onírica, que cambia en los viajes. “Esos sueños son de una riqueza tal que valen todos los viajes de ida y en una de esas ninguno de vuelta”.

De los diálogos en la ruta me apetece destacar las siguientes frases que son para reflexionar:

Estamos fuera del tiempo de la misma manera que estamos fuera de la autopista”

“Entiendo un poco por qué tanta gente tendría casi miedo de hacer este viaje. Es que los parkings no son otra cosa que el vacío con decorado. Hay que saber llenarlos”.

“Escribir es siempre aceptar el riesgo de decirlo todo, incluso -y sobre todo- sin saberlo”.

Se habla en el libro de la estupidez humana, gentes que huyen de las ciudades, del ruido y la contaminación y aparcan al pie de la carretera, pudiendo hacerlo adentrándose por senderos estupendos y deshabitados. A excepción de los niños y los perros, por suerte.

Y a lo largo de los días, la búsqueda de la belleza, la celebración de la vida, igual que alondras que “celebran la vida por sí misma”. “Son celebración incesante, como lo somos nosotros…, con palabras que también quisieran ser música, ser alondras”.

En el último capítulo antes del Post-scriptum “se insinúan otras razones posibles de nuestra expedición y acaso de todas las expediciones”:

“La expedición era un juego para una Osita y un Lobo” y lo fue durante treinta y tres maravillosos días. Un mes fuera del tiempo, un “mes interior donde supimos por primera y última vez lo que era la felicidad absoluta”. “Nos habíamos encontrado a nosotros mismos y eso era nuestro Graal sobre la tierra”.

Para terminar, quiero decir al pálido, intrépido, paciente, amable, escéptico y cómplice lector que me he divertido mucho con este libro, tiene muchos detalles que mueven a la carcajada, por ejemplo, cuando escribe sobre el segundo objetivo de la expedición (el primero era el conocimiento detallado de la autopista del sol): verificar la existencia de la ciudad de Marsella. ¿Existe Marsella? Sí “pero sólo existe porque la expedición ha verificado su existencia”.

Esther.

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