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“ Las palabras no caen en el vacío” - Zohar. Esteban apretaba fuerte la mano de Sofía, no podía perderla, ahora no, después de casi haberla perdido irremediablemente en medio de la barahúnda, caos atronador, gritos y carreras de miles de personas yendo de un lado a otro por las calles de Madrid; ora atacando, ora huyendo de las cargas de los mamelucos, siempre sintiendo la alegría, esa alegría tan contagiosa y desenfrenada de Sofía por estar por fin viviendo la gran aventura soñada: la revolución. Por supuesto, ahora Esteban sabía que iban a morir e incluso en esos momentos, ante el pelotón de soldados franceses prestos a disparar, Sofía mantenía viva la llama de la esperanza por la victoria y, aunque no sabrían nunca si ganaría o no, la revolución estaba servida, también en este país, al que inicialmente quiso traerla. Sintió que el tiempo se ralentizaba y, como si se viese a sí mismo desde fuera, recordó de repente aquella entrañable reunión de un club de lectura en la q