"Cuaderno de Nueva York", José Hierro - - Dedicatoria
La poesía, esa reina de corazones vagabundos,
pidiome entrar en mí,
Como aguja hipodérmica en vena;
Pero yo, tonto de mí, no la supe ver.
Sus palabras se perdieron entre días de lozanía
y entre recuerdos entomológicos, ya no sé.
Sus imágenes se empañaron
en el espejo fantasmal del pasado.
Se desvanecieron entre sueños derrotados,
aniquilados por la inocencia asesina de sensateces.
Entonces yo quise ser escritor, como tú,
de este oficio del verso.
Pero solo me brotaron melodías a contratiempo,
poemas tejidos con hebras de esparto,
de jirones rotos el vestido de los versos.
Me abandonaron, se desnudaron y danzaron
con acordes de cedro y palisandro.
Yo quise lanzar un golpe,
Romper las mandíbulas del tiempo.
No ver solo tu nombre
cincelado sobre placa de metal.
Y hoy me llegan ecos de tu voz en caracolas,
atravesando el tiempo y los mares.
Tus palabras avivan el fulgor de las ascuas,
henchidas del aire de voces y de silencio.
Hoy puedo reconocerlas con claridad,
son palabras de quien domó los versos
que desplegaron velas de papel y tinta
y navegaron sobre la piel de las aguas.
Hierro, dime que la eternidad no es un sueño,
dime que es un amanecer de versos de colores.
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