Las poderosas motos tragaban kilómetros de autopista sin aparente esfuerzo, el rugir de sus motores llenaba el fondo de la conversación que mantenían las dos mujeres, a través de los auriculares, mientras mantenían fija la mirada en la cinta de asfalto. - No debimos haber huido, Aldonza, el picoleto tenía razón y, además, es su trabajo, tenía que detenerte y llevarte ante el juez que es el que dicta sentencia sobre los hechos. - Come on Sancha! El tipo estaba dando una paliza a la pobre chica, solo por el placer de pegarla, estaba claro que había que intervenir y desfacer el entuerto. - Pero si no digo que no, solo digo que el tajo que le metiste con la katana fue demasié, se derrumbó como árbol cortado y la sangre lo llenó todo. - Y encima la chorba le defendía, pobrecito, pobrecito y venga a llorar. ¿Será posible? La salvo de un bestia y soy yo la culpable. - Y ahora, ¿qué? Sigo pensando que deberíamos entregarnos. - No me voy a entregar para que la justicia machista se d