Ante todo, sobre todo, por encima de todo, soy agua de Madrid. Agua seca porque Madrid es el secano, no el secarral toledano sino el secano a secas. Agua de clima continental, de extremos, con fríos heladores y calores volcánicos. Agua soy en vapor en las cumbres de la sierra, e hielo en Peñalara y Pico Almanzor; desde Somosierra a Gredos cubro las cimas de hielo y nieve. Con vapor en nieblas otoñales y con lluvia martilleante en primavera. Agua que, al deshielo, corre, torrentea, por las laderas y deja rápidamente atrás Canto Cochino y Manzanares el Real para, pasando por la depuradora de la China, ya en la capital, recoger del barrio de Usera el corazón que mueve la vida del agua que me cobija. Agua profunda, siempre en movimiento, nunca estancada en lagos, presas ni estanques; siempre a punto de erupcionar para demostrar la violencia que el leviatán esconde. Ese agua soy, agua sucia, contaminada por toneladas de maldito plástico y peces muertos, agua vomitiva y que vomita su